Entrar en la paillote de Phum Russei, también llamado Paillote II, es adentrarse en un mundo nuevo. A solo 15 minutos del centro de Phnom Penh, cientos de niños empujan la puerta roja en busca de nuevas historias, nuevas aventuras de las que formar parte. Al ser una guardería durante todo el año, en agosto, Phum Russei recibe todos los días entre 200 a 400 niños de 4 a 14 años dividido en dos g. Paillote I – el original, el primero que abrieron Papy y Mamy – se cerró hace 2 años, por lo que, el que se encuentra en Phum Russei, creado en 2004, es el más viejo que todavía sigue recibiendo niños.
El gran árbol en el centro del patio es el principal punto de encuentro, como si toda la vida de la paillote sucediera bajo sus grandes ramas.
Detrás de las puertas, hay un mundo nuevo, mágico, solo para niños. Un nuevo mundo donde el gran árbol en el centro del patio es el principal punto de encuentro, como si toda la vida de la paillote sucediera bajo sus grandes ramas. Es debajo de este árbol donde todos bailan, se organizan en chuas, se dividen entre las diferentes actividades, y, nuevamente debajo de él, los niños se sientan para discutir mientras esperan que comiencen las actividades. Y, entre los cientos de ojos que se giraron hacia Sombo y Paula, las dos coordinadoras del programa, que se levantan detrás del árbol, donde hay una de las chuas fácilmente reconocible que ninguno de los niños la está mirando. De hecho, todos ellos están sentados en la dirección contraria de los otros.
Es el krom muy (grupo uno), grupo en el que están los niños más pequeños. Ninguno de ellos tiene más de 5 años y aún no pueden concentrarse y seguir las pautas que se les dan. «Así es krom muy, hacen lo que quieren», relata Laura, monitora europea por segunda vez, cuando se le pregunta por qué no se sientan de la misma manera que los demás. Luc, monitor europeo en su primer año, confirma: «Todos los pequeños diablos están en este equipo». De hecho, como pequeños exploradores, los niños de Phum Russei no son fáciles de controlar, están llenos de una energía interminable dedicada principalmente a bailar con sus monitores, pero a veces también para hacer que estos corran tras ellos durante horas mientras redescubren cada esquina, o escalan cualquier poste o mesa.

Cuando llega la siesta, la efervescencia de la paillote se calma durante una hora.
La hora del almuerzo en Phum Russei se gestiona con la misma energía que durante el resto de la mañana. Al estar bien organizado, el turno se lleva a cabo, permitiendo que los niños de la mañana regresen a la escuela después de su meditación y haber comido. Mientras que los de la tarde van llegando, se quitan los uniformes con los que venían por haber estado en el colegio previamente, almuerzan y se van a la siesta. Ninguno de los 20 monitores tiene un segundo de aburrimiento, así que, cuando llega la siesta, la efervescencia de la paillote se calma durante una hora y todos, o casi todos, duermen, aunque siempre habrá algunos pequeños aventureros ansiosos por jugar más.

Las amistades crecen ante los ojos de los monitores.
Se atiende a todos los niños, pese a la gran cantidad que son. Aquí los niños vienen de todas partes de Phnom Penh, incluso de las aldeas más lejanas como Smile Village: sus padres los dejan de camino al trabajo. Eso podría ser algo que realmente haga a esta paillote diferente de las demás: aquí los niños no se conocen entre ellos antes de venir a jugar todos juntos durante un mes y las amistades crecen ante los ojos de los monitores. Cuando un niño no se siente agusto en el programa, obviamente el monitor intenta saber por qué y adaptar su comportamiento con él. Héctor lo ejemplifica bien: «un niño era muy agresivo, siempre estaba enfadado y no sabíamos cómo tratar con él. Durante una semana, cambiamos nuestro estado de ánimo y actitud hacia él y se volvió más gentil, más amable. Solo le faltaba amor y atención, lo que intentamos darle ahora”.

No solo se cuida a los niños, también a los monitores. Hay una «tabla de sentimientos» en la entrada de la sala del material, que los monitores y los invitados (equipos médicos y dentales, por ejemplo) llenan de colores antes de irse. Cuando el sentimiento predominante es la felicidad, el color es verde; por el contrario, si alguien se siente cansado o preocupado, rellenará la casilla en azul o rojo. Permite a los monitores darse cuenta más rápido cuando un miembro de su equipo no se siente bien y respaldarlo lo mejor que pueden. De hecho, «si los monitores son felices, los niños son felices», dice Paula.

Dejar Paillote II es como cerrar un libro de aventuras.
Cada año, el Programa de Continuidad Escolar implementa nuevos objetivos dentro de los diferentes programas. Se han centrado en aumentar la curiosidad y concienciar sobre la salud durante años, pero algunas otras nociones como la conciencia ambiental y el desarrollo de la inteligencia emocional son ahora los nuevos propósitos educativos principales. En Phum Russei, todos los días después de la siesta se organiza una gran limpieza de la Paillote, y todos los niños están muy motivados: todos recogen todo lo que encuentran en el suelo y ayudan a meterlo en bolsas de basura. «A veces llenan la bolsa con rocas pequeñas, pero está bien porque está llena de buena voluntad», le dice a Elise, monitora europea por primera vez. La sensibilización de la inteligencia emocional también pasa por la sensibilización musical o actividades no obligatorias para que los niños aprendan a tomar decisiones.

Al final del día, exhaustos, los monitores dejan la paillote y regresan a Central, en Phnom Penh. Cada día se hace más difícil dejar la pequeña magia Phum Russei y sus instalaciones cuyas paredes, pintadas de rojo, azul y amarillo, que te hacen viajar al País de Nunca Jamás camboyano. Entrar en el Paillote II es descubrir un nuevo mundo mágico dedicado a los niños; dejarlo es como cerrar un libro de aventuras. Afortunadamente, todos los días hay nuevos capítulos para escribir.
PSE quiere agradecer a Marta Maldonado y a los pintores de su estudio de pintura su apoyo económico para este proyecto.