Siem Reap Central es un proyecto alejado de Phnom Penh por más de trescientos kilómetros. La pretensión de PSE con la apertura de un centro en esta zona fue la de permitir a estudiantes que tuvieran una residencia en una zona en la que encontrar trabajo fuera más sencillo. Además, está situado cerca de los pueblos de Prey Thom y Cotchock, ambos muy pobres y al lado de un vertedero. “Empezó por la misma necesidad que en Phnom Penh: darles una educación a los niños y sacarles de la miseria en la que viven y tener un seguimiento de las familias”, explica Carlos, coordinador europeo del proyecto. Por estos motivos, este camp resulta fundamental en la zona.
Siem Reap Central no es un camp como los demás, ya que se encuentra muy lejos del corazón de PSE. Todas las decisiones o inconvenientes que surgen a lo largo del Programa de Continuidad Escolar, tienen que ser resueltas por ellos mismos. Pero, gracias a la logística del proyecto, de la que se encarga Ana Llinàs, todos los problemas acaban solucionándose.
Son ellos, también, quienes se encargan de mantener el recinto en buenas condiciones, y de comprar y cocinar la comida. Además, la convivencia no es solo entre monitores europeos, sino también con los jemeres, incluyendo el reparto de las tareas. Por todo ello, a lo largo de estas cuatro semanas junto con los monitores de Aranh también, se convierten en una gran familia.
“Se puede ver cómo los niños necesitan este camp”, Belén.
La acción comienza alrededor de las siete, cuando empiezan a llegar los primeros niños. Muchos de ellos vienen andando directamente, porque viven en los alrededores del programa, dentro del propio Siem Reap. Pero para conseguir que vengan los niños de los otros pueblos, se les proporciona un autobús que les lleva y les trae cada día. En total, son casi cuatrocientos niños diarios a los que cuida este proyecto, divididos en un turno por la mañana y otro por la tarde.

Los monitores empiezan a darles el desayuno y a ducharles.“Se puede ver cómo los niños necesitan este camp. Sobre todo al principio, al asegurarte que se les da de comer, que tienen esa higiene… Me parece básico”, dice Belén, monitora de segundo año. Y ya están listos para comenzar con las actividades. Dependiendo del día de la semana, serán unas u otras: los lunes y miércoles son ejercicios más pequeños y competitivos; los martes y jueves, son juegos más grandes, en los que tanto niños como monitores se involucran y se divierten; y, por último, el viernes, las olimpiadas. El objetivo de todas ellas es que siempre tengan un valor añadido, como por ejemplo puede ser aprender algo de inglés mientras tanto.

Antes de continuar, los niños reciben un pequeño almuerzo, que suele ser una pieza de fruta. Y, posteriormente, comienzan los talleres. Son ejercicios que suelen durar una hora y en los que se intenta aplicar inteligencia emocional para que empiecen a reconocer sus emociones y sentimientos y a expresarse. “Hoy, por ejemplo, hemos hecho un taller acerca de lo que quieren ser cuando sean mayores, ya sea dibujándolo, haciendo una obra de teatro, mímica… Se trata de que cuenten a todos qué es lo que quieren hacer y que piensen un poco en su futuro. Otro día también hicimos limpieza del camp, a través de una obra de teatro acerca de cómo se tienen que comportar con la limpieza y recogimos con la ayuda de todos los niños. La semana que viene queremos trabajar mucho las emociones, sobre todo para que ellos las conozcan. Hemos pensado una serie de actividades con emoticonos, que al final expresan muy bien las emociones”, desarrolla Carlos.

Incluso repitiendo lo mismo dos veces, hay niños que disfrutan tanto que por la tarde regresan otra vez.
Cuando los del primer turno se van, llegan los del segundo, y se les da de comer y se echan la siesta también. Las actividades son las mismas, tanto para un grupo como para el otro. Pero, incluso repitiendo lo mismo dos veces, hay niños que disfrutan tanto que por la tarde regresan otra vez. Entre medias de las actividades, se les da de merendar y, después, también reciben algo de comida para el camino a casa. “Es increíble ver cómo los niños sacan la sonrisa que tienen dentro después de estar todo el día con actividades diferentes y cómo vuelven a ser niños por un momento”, expresa Violeta, monitora de primer año.

Todos los monitores están muy entregados y agradecidos a este proyecto, y se puede palpar en la felicidad de los niños cada vez que se hace una actividad o cuando se marchan a casa de nuevo. Están aquí, dando lo mejor de sí mismos, para que estos pequeños reciban una educación y se consiga mejorar el estilo y calidad de vida de todos y cada uno de ellos. Y, como dice Carlos, “aunque cambies la vida de uno o dos niños, ya merece la pena”.
PSE quiere agradecer a Hydrosud por su apoyo económico a este proyecto.