Los niños de PSE atentos en su clase Dental.
Explicando sus dolencias para su futura cura.
Disfrutando con un niño de PSE. Fati arropada por monitores. Fátima con niños del basurero. Fátima con monitores  y niños de PSE.
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LA VIDA ESTÁ LLENA DE SORPRESAS, SÓLO HAY QUE ESTAR ABIERTO, ESPERAR, ESCUCHAR Y MIRAR. Verano de 2014. Primer día de trabajo del Programa de Continuidad Escolar: Fátima sufre un desafortunado accidente de tráfico en el que se hiere de gravedad un brazo. Tras dos operaciones y tres semanas de ingreso hospitalario pudo al fin regresar junto a sus compañeros monitores y acompañarlos unos días en sus labores del voluntariado. Un año después, Fati regresa a Camboya para encontrar respuestas y descubrir finalmente el verdadero sentido del voluntariado. A continuación, os presentamos el relato en primera persona de la profunda búsqueda de lo que nos ayuda a entender, a mejorar y a crecer como personas.
UN AÑO DESPUÉS: EL REGRESO “¿Cómo empezar? No lo sé, todo estaba a la vez tan cercano y tan lejano… La llegada a Camboya en 2015 fue dura; una mezcla de sentimientos que apenas yo misma lograba descifrar. Recuerdo ese batiburrillo de sensaciones: la gente hablando en camboyano, los incesantes tuk-tuk, el endiablado tráfico, los peculiares e intensos olores… y por fin la noche con sus dudas y aprensiones: los recuerdos, el miedo a no alcanzar las expectativas, a la incomprensión. Al principio fueron unos días duros llenos de flashbacks dolorosos aunque nunca tristes, al contrario recuerdos gratificantes de momentos del verano anterior gracias a los cuales soy la persona que ahora soy. Pero aún así, eran intensas experiencias vividas tan solo un año antes y necesitaba encontrar la fórmula para encajarlas en un todo con las actuales rutinas. En resumen, una amalgama de emociones para las que aún no tenía definición.
EL VERTEDERO: LA RESPUESTA Todo esto cambió cuando fuimos al vertedero. Acudimos en Siem Reap, el día antes de comenzar el Programa. El olor a basura, las moscas, la tierra bajo los pies, las chabolas… en principio un entorno hostil y, sin embargo, al poco rato algo familiar en el ambiente, la intuición de haber en- contrado la respuesta, la razón del origen de todo. El estar rodeada de niños sonrientes a pesar de sus más que miserables condiciones de vida me hizo instantáneamente comprender mis originarias motivaciones. Dejé de pensar en mi propio trauma y recordé lo que el año anterior me había movido a ir a Camboya, y de repente entendí el porqué de mi regreso a aquel país que algunos habían incluso desaprobado. De entre toda esa miseria volvía a ver que lo más llamativo no eran la inmundicia o la desolación, sino esas caritas siempre dispuestas a decirte susdey —hola—: ¿realmente podía estar traumatizada cuando ellos vivían permanentemente en esa realidad miserable? Me di entonces cuenta de que mi amor por Camboya, por los niños, mi convencimiento en la labor de PSE, y todas mis razones que habían quedado ocultas tras un año difícil y centrado en otras cuestiones emergieron con determinación.
EL DIA A DIA: LA DIFERENCIA DE POR QUÉ Y PARA QUÉ Aún con ello, los primeros días no fueron un camino de rosas. Volver a la Prek Toal, al centro al que me dirigía el día del accidente se me planteaba como algo muy duro… Pero lo que no me imaginaba era la sorpresa que me esperaba allí,: Sok Ty me reconoció y no paraba de abrazarme y decir mi nombre. Yo sólo había estado tres días pero aun así ella se acordaba de mí, fue muy bonito. También fue un reto volver a subirme en la misma pick-up a la misma hora en la que tuvo lugar el accidente todos los días. Este año, mi centro era Phum Russei y al estar muy cerca de Prek Toal se compartía pick-up. Gracias a mis compañeros pude superarlo. Asimismo, volver al hospital fue duro pero enriquecedor al mismo tiempo. Saludar a mi traumatólogo, Dr. Shina, quien una vez me dijo una frase que nunca olvidaré: “Los europeos no sabéis dejaros ayudar y también lo necesitáis”, a Donna, mi enfermera y volver a hacer rehabilitación con mi fisio del año pasado, Rata .
Poco a poco, con el convencimiento de la labor que uno hace y la certeza de creer en ello, a día de hoy puedo garantizar que no me arrepiento de ninguna decisión tomada, ni el año anterior ni éste, pienso que ha merecido la pena cada momento vivido. Sí, es cierto, tuve la mala suerte de tener un accidente pero las vivencias que ello me aportó hacen que pueda decir lo que para algunos puede resultar una incoherencia: que el verano en el que casi perdí un brazo fue el más bonito de mi vida. Esto puedo explicarlo con una sola palabra: solidaridad. Comprobar durante semanas cómo la gente se volcó conmigo, su implicación, cómo me arroparon me hizo sentir esperanza en la humanidad, una luz que normalmente cuesta ver. En estos dos diferentes veranos en Camboya he aprendido una importante lección vital y es que lo importante no es el porqué, que la mayoría de las veces no tiene respuesta sino el para qué.
EL ÚLTIMO DIA O LA EMOCIÓN DE LO SENCILLO El último día fue increíble. Yo no esperaba nada, y de repente aparecieron los niños y los monitores con los que yo había compartido el verano de mi superación con una cartulina llena de buenos deseos y amor. Cuando se acercó Osy, monitor camboyana, a decirme que yo había sido su inspiración durante todo el mes, que gracias a mí ella seguía yendo todos los días al programa a pesar de lo mucho que le costaba que los niños le hiciesen caso. Porque si yo había vuelto después del accidente y seguía yendo todos los días, ella también podía. Sus palabras me hicieron darme cuenta de nuevo de cuánto había merecido la pena volver a hacer los 11 700 km que separan Madrid de Phnom Penh para estar ahí, revivir el accidente, montar cada mañana en la pick-up, etc. Saber que había aportado mi pequeñísimo grano de arena y que había resultado útil era la compensación a todo lo anterior, la satisfacción y felicidad sentida en aquel momento rubricaba el para qué. Acababa de confirmar el verdadero sentido de mi voluntariado en Camboya y este sentido es lo que perdurará para siempre. Y es por ello, que recomiendo aceptar las circunstancias de la vida, no pensar que la vida se acaba sino disfrutarla con actitud y fuerza de superación y aportar un pequeño grano de arena ya sea en cualquier país bien en voluntariado, en el trabajo, en la universidad, en casa, etc.
Una sorpresa desde la ventana de Prek Toal.
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