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LLEGABA EL FINAL El final del Camp se acercaba y yo no podía soportar pensar en alejarme de todo mi equipo, de mis niños, de Pi… Muchos monitores me decían que el bebe no lloraría, que como niño no sabría que yo me marchaba, en fin que no me preocupase, pero no sé si su llanto fue contagiado por el mío, por el del resto de niños o porque de verdad le dolía nuestra separación pero ¡la despedida fue un mar de lágrimas! Aunque en esta ocasión mi escrito habla de Pi concretamente, es imposible dejar de mencionar que hubo otros niños que también me robaron el corazón como los queridos Franjan y Shrenit, ¡en realidad todos tenían algo que les hará inolvidables para mi!
La historia con Pi es más especial, supongo los celos que sentía hacia sus amigos cuando estaban conmigo era la forma en que me demostró su amor. El último día lloraba a mi cuello sin querer separase y decía mi nombre por lo bajito, aun cuando lo recuerdo siento esas ganas inmensas de llorar, pero sé que volveré el año que viene y que podré abrazarle y jugar con él de nuevo. Para mí el Summer Camp ha sido el mejor momento de mi vida: con 18 años me siento la persona más afortunada del mundo por tener lo que tengo y por haber formado parte de un programa que ayuda a generar sonrisas en niños al otro lado del planeta.
MI AGRADECIMIENTO Es una experiencia inefable y el sentimiento con el que regresas es muy difícil de expresa; sólo puedo dar las gracias a todo aquellos que han hecho esto posible: a mis padres, a mi hermana, a todos los monitores de PSE, a todo el equipo de Welcome y de Coordinadores, a Marisa por organizar algo tan maravilloso, y a los fundadores Papí y Mamí por creer en un sueño y hacerlo posible. Pero sobre todo un enorme gracias a todos y cada uno de los niños que han participado este verano: ¡sus sonrisas han hecho que todo el esfuerzo merezca.
Paula rodeada de los niños de Central Camp.
Pi a los brazos de Paula.
Probablemente sea una de las muchas historias que han surgido en este maravilloso camp entre monitores y niños, pero para mi ésta es especial; lo es porque era mi pequeño granuja. PI, MI GRANUJA Pi es un bebe, bueno bebe… ya tiene tres años que iba circulando de brazo en brazo. Ningún monitor podía tenerle más de quince minutos, entre el ajetreo de Central Camp y los movimientos continuos del niño, era muy difícil mantener quieto al renacuajo y controlar todo lo que se tenía que hacer. En uno de esos múltiples “pases” llegó hasta mí; no puedo recordar de quién o cómo llegó solo recuerdo que cuando me abrazó me sentí en una pequeña nube, en seguida noté que este pequeño era muy especial. DÍAS EN EL CAMP A medida que transcurrían los días, poco a poco íbamos entrando en las rutinas del camp y cada día al formar las filas unas pequeñas manitas tiraban de mis pantalones para que le hiciera caso. Pi se quejaba cuando no estaba conmigo pero yo me tenía que ir a mis actividades con los otros niños, de los cuales también me enamoré dicho sea de paso… La hora de meditación se convirtió en su momento de relajación pues se quedaba dormido encima de mí mientras yo intentaba que el resto de los chiquitines del Grupo 3 “meditaran”.
La comida, ¿quién iba a darle la comida si no era yo? Algunas veces no podía porque teníamos que organizar que más de 700 niños comieran y durmieran la siesta. Por suerte una monitora khemer se enamoró tanto PI como yo misma, Menguhi ¡mi querida Menguhi, gracias por ayudarme con el peque en los momentos más difíciles del camp! Pi era tan especial que no sólo Mengui y yo sino casi todo el mundo le adoraba. Los monitores varones como cabe de esperar eran un poco más “brutos” con él: le hacían todo tipo de juegos rudos pero el niño disfrutaba inmensamente con ellos. Los días del camp se iban sucediendo a la velocidad de la luz y mi vínculo con Pi se iba estrechando: siestas, abrazos, sus intentos de morderme los mofletes como yo se lo hacía, pasarle bocadillos “de contrabando”. MI MAYOR RECUERDO Creo que uno de los momentos más dulces que he vivido fue cuando le vi correr hacia mí por el pasillo de la cantina, esquivando a varios monitores para que yo lo cogiera en brazos mientras distribuíamos la merienda de la tarde. Pi tiene una hermana igual de dulce que él, son dos ángeles, sus dibujos y regalos entre flores y pulseras inundan ahora gran parte de las paredes de mi habitación.
Pi y un amigo mirando con entusiasmo a la cámara.
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