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Miguel Sánchez Galindo, “Mike”, nos relata de forma colorista, conmovedora y descriptiva su inolvidable experiencia vivida en Camboya el pasado verano durante las 5 semanas que pasó como monitor en el Programa de Continuidad Escolar 2015.
LA LLEGADA: EL IMPACTO DE PHNOM PENH Y EL UNIVERSO PSE Llevo unos días dándole vueltas a cómo explicar mi experiencia en Camboya, pero cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que es casi imposible describir con palabras todas las aventuras que corrí y todos los sentimientos que desarrollé allí. Finalmente aquí está al menos el intento de expresar las que probablemente serán sin duda algunas de las mejores semanas de mi vida. Cuando llegué a Phnom Penh, me sorprendieron las cosas típicas que sorprenderían a un turista cualquiera: el tráfico descontrolado, las calles sin pavimentar, los tuk-tuks, la basura en todos los rincones de la ciudad, la cantidad de puestos callejeros de comida, los niños pidiendo por la calle… Esa fue, a grandes rasgos, mi bienvenida a Camboya al salir del aeropuerto. Nada que no me esperara, en realidad. Pero cuando llegas a la Central de PSE es como entrar a otro mundo. Te avisan de casi todo antes de ir, pero no entiendes la magnitud de lo que allí se ha conseguido hasta que lo ves con tus propios ojos y lo sientes en tus propias carnes.
Un grupo de monitores europeos, el Welcome Comittee, nos esperaba con una gran sonrisa; nos dieron una cálida bienvenida y tras las típicas formalidades, nos mostraron el centro. Canchas de deporte, una enfermería, agua corriente, un hotel donde hacían formación profesional los alumnos de PSE, y algunas otras secciones. Niños uniformados —todavía no había finalizado el curso escolar— y sonrientes que iban corriendo de un lado a otro. Un ambiente… diferente. Eso no se parecía a lo que acabábamos de ver en la calle. Empezaba a pintar distinta la cosa. Finalmentenos llevaron hasta el edificio en el que pasaríamos el resto de nuestra estancia en Camboya, donde conviviríamos más de un centenar de monitores de varias nacionalidades. No teníamos ni idea de los grandes momentos que pasaríamos allí.
¡MANOS A LA OBRA! Tras una primera semana de formación, nos pusimos a trabajar en el campamento. A mí me tocó en el Centro 3 : es una paillote bastante remota, situada en un pueblo que está prácticamente  en la selva, y en la que el número de niños escolarizados  no alcanza el 50%. Yo no tenía ni idea acerca de lo que me iba a enfrentar, pero lo que sí tenía era un nerviosismo y unas ganas de trabajar que hacían que me olvidara de todos los posibles temores que pudiera tener. ¡Y empezó!
Los niños eran un poco indómitos, de acuerdo: cuando podían, iban desnudos por la paillote, cuando les duchabas, iban directamente a rebozarse en la arena, saltaban muros y vallas de tres metros —¡nunca descubrimos cómo!—, jugaban a tirarse ladrillos… Sin embargo, semana tras semana, y gracias a la ayuda de nuestros geniales coordinadores y monitores, les íbamos conociendo más y más, y al final resultó que eran muy parecidos a los niños europeos; porque lloraban, porque jugaban, porque intentaban dejarse algo de comida, porque se quejaban más de la cuenta, porque trataban de escaquearse de la siesta; porque los había más trastos, y los había más bonachones, los había más activos y los había más tranquilos. Era, sin duda, un grupo muy peculiar, pero según pasaban los días se les tomaba más y más cariño; nos  conocíamos cada vez más, nos íbamos aprendiendo los nombres de todos los que podíamos —y que éramos capaces de pronunciar— y también supimos de algunas de sus impactantes historias. Era una sensación agridulce en ocasiones, pero a la vez increíble, inexplicable. Sé que suena a tópico, pero cuando estás allí y vives eso te das cuenta de todo lo que siempre te habían contado y nunca habías llegado a comprender del todo. Lo entiendes a la perfección.
Mike disfrutando con los niños de PSE.
SÓLO EL FINAL DEL PRINCIPIO… Tres semanas más y llegó la última, de la que puedo decir con convencimiento que fue y será, sin duda, una de las mejores semanas de mi vida. Todos sabíamos que era la última, niños y monitores, y por eso aprovechamos cada momento hasta el final del último viernes, que fue, podría decirse, épico: tras un día de Olimpiadas con los niños, y tras darles las bolsas de arroz, como cada viernes, llegó el turno de las despedidas, y de las lágrimas —por supuesto—; pero de repente ¡empezó a llover como nunca y nos quedamos una hora más jugando bajo la lluvia y en los enormes charcos del campamento con todos aquellos pequeños, de los que no nos queríamos despedir!. Aun así, llegó el final, pero fue sin duda mucho menos amargo por lo inolvidable de aquella tarde. Puede sonar anecdótico, pero fue algo que realmente me caló hondo … Para ser sincero, he llegado a la conclusión de que cosas que normalmente pueden parecer meramente anecdóticas, allí adquieren un significado especial.
Por supuesto, no puedo olvidarme de la otra vertiente del Programa: las noches en Las Jotas —dormitorios de los monitores—, el bendito arroz, los guisos no identificados que a veces los acompañaban, las picaduras de mosquito que se convierten en heridas, las enfermedades varias, las duchas con cazos, las camas camboyanas, las mosquiteras que se caen, las chanclas que desaparecen, el Relec, el papel higiénico rosa, el “desayuno europeo”, los insectos gigantes que se cuelan en la habitación, las caras de sueño a las 5.30 AM… Básicamente, el compañerismo entre todos los monitores, las amistades y los buenos momentos que vivimos todos. El agradecimiento tan enorme que sientes hacia todos y todo. El convencimiento de que vas a volver. Y es que sé que puede sonar a tópico, pero Camboya realmente enamora… Miguel Sánchez Galindo Programa de Continuidad Escolar 2015
Divertido “selfie” con alguno de los niños del Programa de Continuidad Escolar de PSE.
Mike con dos niños de Veal Sbov.
Monitores y niños posando para el calendario PSE.
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