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Niños durante el Programa de Continuidad Escolar en Camboya 2016.
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PREK TOAL by MARTIN El día a día en la vida del campamento del Programa de Continuidad Escolar que a más niños acoge. Situado a tan sólo unos pocos kilómetros de la Central de PSE en Camboya, el asturiano y veterano voluntario Martín narra detalladamente las rutinas tanto de niños como de monitores —desde su punto de vista como coordinador— en Prek Toal, cuna de la labor de Por la Sonrisa de un Niño.
PREK TOAL “Paillote man? Paillote Muy!! Prek Toal: Paillote 1!”—paillote es la antigua denominación para los asentamientos donde se encuentran los campamentos—. Cuando unas semanas antes de volver a Camboya me dijeron que paillote 1 sería mi campamento este año, los pocos recuerdos e impresiones de Prek Toal que tenía se me vinieron de golpe a la cabeza. El primer camp de PSE, el sitio donde por primera vez vi a los nuestros niños. El lugar donde todo empezó, el enclave exacto donde Papí y Mamí comenzaron esta aventura que se ha convertido en un titán de luchar contra la miseria, en el corazón del antiguo basurero de Phnom Penh… sería mi casa este verano.
Las primeras dos semanas tras la llegada, fueron la puesta a punto para el camp: del material que lleva desde el año pasado sin usarse, visitas al campamento, preparar los espacios para las actividades, planificar el horario con sus idas y venidas de los autobuses que traerán a los niños desde otras zonas, el camión que traerá la comida desde Central Camp, etc.
Todo esto, codo con codo con los servicios sociales de la ONG, que trabajan todo el año para asegurarse que los niños que más lo necesitan reciben la mejor de las atenciones. Con ellos teníamos reuniones a diario y juntos, nos convirtieron en el equipo que haría funcionar el campamento.
LLEGADA DE LOS MONITORES: ¡A TRABAJAR! Esas dos semanas, que a priori parecían larguísimas, se pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y pronto, se presentó el día en el que los nuevos monitores llegaban a la ONG. Verles me recordaba a mí en mi primer año: temerosos, curiosos, inseguros, desubicados, pero con con ese brillo en la mirada, esas ganas de empezar, esa expectación, preguntas y más preguntas que nunca se acababan... Después de unos pocos días de ultimar detalles y en los que los monitores europeos y khmeres —camboyanos— empezaron a conocerse y a conocer cómo funcionaría el camp, llegó el gran día. La noche anterior, pese a saber que seríamos un gran equipo, que todo el mundo estaba preparado, que tanto los niños como los monitores se morían de ganas de que llegase ese momento y el Summer Camp comenzase, casi no pude dormir. ¡Es como 100 veces el primer día de clase! La estructura del camp es —en teoría— bastante simple: los niños se dividen en grupos por edades, y cada grupo recorre el camp acompañado de un monitor khmer hacia las actividades, organizadas por monitores europeos. Además de esto, los niños desayunan, se duchan, comen, y duermen una pequeña siesta y por supuesto, alguna que otra vez se llevan a cabo actividades especiales.
El primer día fue, naturalmente, bastante caótico, pero sin duda uno de los días más divertidos del camp. Por mucho que lo hayas preparado y anticipado, el momento en el que más de 200 khmei-khmei —niños en camboyano— cruzan las puertas como una avalancha, cantando y saltando es una de las experiencias más especiales que se pueden vivir. Es un torrente de alegría que te desborda, pero que, al mismo tiempo, te carga las pilas para todo el mes. Para los monitores nuevos el primer día es una especie de  carrusel emocional: se mezclan las ganas de comenzar con el impacto de darse cuenta de las dificultades existentes, especialmente la de la comunicación con los niños; de darse cuenta de lo diferentes que son y de las singulares necesidades que tienen en comparación con los niños occidentales. Para mí, los primeros días se basan en intentar ajustar todo lo que es diferente a lo que uno espera —no olvidemos que esto es Camboya, y las diferencias culturales, las costumbres, la forma de trabajar, de pensar, el ritmo de vida, el clima ¡todo puede ser una sorpresa para los monitores debutantes!— y facilitar que todo el mundo pueda comprender su cometido.
ACTIVIDAD, DESCANSO, ACTIVIDAD…: ¡LA MAQUINARIA FUNCIONANDO! El primer día, tras terminar el camp —más de 11 horas de actividad —, volvimos al campamento central donde tuvimos la primera reunión en la que, tradicionalmente, todos los integrantes del equipo cuentan sus impresiones. Todos están cansados —llevamos en pie desde las 5 de la mañana— pero satisfechos con el día. En ese momento,  siempre hay muchísimas dudas y por supuesto, mucho que mejorar, pero han disfrutado enormemente con el día. Pero lo mejor y lo que de verdad importa es que los niños han sido felices, han jugado y disfrutado, están seguros y fuera de las calles.
Sin apenas darnos cuenta, los días se fueron sucediendo y la rutina asentando: a las 5:30h de la mañana estamos listos para salir desde el campamento central, a las 6:00h estamos esperando a los Khmei Khmei en la paillote y a partir de las 7:30h las actividades empiezan hasta las 11:30, cuando llegan las duchas, la comida y la hora de la siesta. Este es el momento más complicado del día pues ¡hay más de 400 niños! Es el camp que más niños acoge de todo el programa: se juntan en en este momento el turno de la mañana y el de la tarde; y como niños que son corretean, intentan escaparse unos, o quedarse y no ir colegio otros, evitan la ducha otros tantos y muchos rehusan dormir la siesta... Pero se opera finalmente el milagro: en media hora se pasa del mayor bullicio a un silencio total. El camp queda en una calma inimaginable. Tras casi una hora de calma, que coincide con el momento de más calor del día, se reanudan las actividades hasta las 16:30, momento de terminar el camp hasta el día siguiente.
Después de las 6:00h los coordinadores también tenemos, tiempo libre, pero siempre hay algo que hacer : reuniones con otros coordinadores, presupuestos, reuniones con el equipo médico, con el de comunicación, encuentros personalizados con algún monitor, para llegar al final al verdadero “tiempo libre” ya sea en el Lotus Blanc —la cafetería del recinto—, con los pensionnaires o en ‘las jotas’ —dormitorio de los monitores— para jugar a las cartas, comentar el día, ir a la prayer... ¡es realmente en estos momentos donde se forjan las amistades de Camboya, que hacen más llevadero el cansancio  y la distancia!
5 SEMANAS SABEN A POCO… Según pasaron los días,  fuimos conociendo más y más a los niños —y a nosotros mismos—, se fueron creando vínculos que hacían que todos nos comprendiésemos mucho mejor, que el campamento fuese mucho más fluido y que todos disfrutásemos mucho más. Al acabar el día y mientras esperábamos el camión para volver al campamento central, a veces podíamos acompañar a los niños que vivían en los alrededores a sus casas, poder conocer sus familias y sus historias, comprobar las condiciones de miseria en la que algunos viven, y escuchar en primera persona cómo lo que hacemos ha ayudado a que sus vidas cambien. Para mí fue muy especial el ver como cuanto más y más descubrían sobre la ONG y los niños, los nuevos monitores más se implicaban para hacer el mejor campamento posible y más disfrutaban con los niños. Casi sin darme cuenta las semanas pasaron volando , y aunque volviendo la vista atrás se amontonan cantidad de buenos recuerdos y momentos increíbles tanto con los niños como con los otros voluntarios, otro año más, Camboya me ha vuelto a saber a poco. See you when you see me Camboya!
Martín al inicio de la jornada.
Martín con el equipo de monitores.
Martín en la repartición del arroz.
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PREK TOAL “Paillote man? Paillote Muy!! Prek Toal: Paillote 1!”—paillote es la antigua denominación para los asentamientos donde se encuentran los campamentos—. Cuando unas semanas antes de volver a Camboya me dijeron que paillote 1 sería mi campamento este año, los pocos recuerdos e impresiones de Prek Toal que tenía se me vinieron de golpe a la cabeza. El primer camp de PSE, el sitio donde por primera vez vi a los nuestros niños. El lugar donde todo empezó, el enclave exacto donde Papí y Mamí comenzaron esta aventura que se ha convertido en un titán de luchar contra la miseria, en el corazón del antiguo basurero de Phnom Penh… sería mi casa este verano.
Las primeras dos semanas tras la llegada, fueron la puesta a punto para el camp: del material que lleva desde el año pasado sin usarse, visitas al campamento, preparar los espacios para las actividades, planificar el horario con sus idas y venidas de los autobuses que traerán a los niños desde otras zonas, el camión que traerá la comida desde Central Camp, etc. Todo esto, codo con codo con los servicios sociales de la ONG, que trabajan todo el año para asegurarse que los niños que más lo necesitan reciben la mejor de las atenciones. Con ellos teníamos reuniones a diario y juntos, nos convirtieron en el equipo que haría funcionar el campamento.
LLEGADA DE LOS MONITORES: ¡A TRABAJAR! Esas dos semanas, que a priori parecían larguísimas, se pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y pronto, se presentó el día en el que los nuevos monitores llegaban a la ONG. Verles me recordaba a mí en mi primer año: temerosos, curiosos, inseguros, desubicados, pero con con ese brillo en la mirada, esas ganas de empezar, esa expectación, preguntas y más preguntas que nunca se acababan... Después de unos pocos días de ultimar detalles y en los que los monitores europeos y khmeres —camboyanos— empezaron a conocerse y a conocer cómo funcionaría el camp, llegó el gran día. La noche anterior, pese a saber que seríamos un gran equipo, que todo el mundo estaba preparado, que tanto los niños como los monitores se morían de ganas de que llegase ese momento y el Summer Camp comenzase, casi no pude dormir. ¡Es como 100 veces el primer día de clase! La estructura del camp es —en teoría— bastante simple: los niños se dividen en grupos por edades, y cada grupo recorre el camp acompañado de un monitor khmer hacia las actividades, organizadas por monitores europeos. Además de esto, los niños desayunan, se duchan, comen, y duermen una pequeña siesta y por supuesto, alguna que otra vez se llevan a cabo actividades especiales.
El primer día fue, naturalmente, bastante caótico, pero sin duda uno de los días más divertidos del camp. Por mucho que lo hayas preparado y anticipado, el momento en el que más de 200 khmei-khmei —niños en camboyano— cruzan las puertas como una avalancha, cantando y saltando es una de las experiencias más especiales que se pueden vivir. Es un torrente de alegría que te desborda, pero que, al mismo tiempo, te carga las pilas para todo el mes. Para los monitores nuevos el primer día es una especie de  carrusel emocional: se mezclan las ganas de comenzar con el impacto de darse cuenta de las dificultades existentes, especialmente la de la comunicación con los niños; de darse cuenta de lo diferentes que son y de las singulares necesidades que tienen en comparación con los niños occidentales.
Para mí, los primeros días se basan en intentar ajustar todo lo que es diferente a lo que uno espera —no olvidemos que esto es Camboya, y las diferencias culturales, las costumbres, la forma de trabajar, de pensar, el ritmo de vida, el clima ¡todo puede ser una sorpresa para los monitores debutantes!— y facilitar que todo el mundo pueda comprender su cometido.
ACTIVIDAD, DESCANSO, ACTIVIDAD…: ¡LA MAQUINARIA FUNCIONANDO! El primer día, tras terminar el camp —más de 11 horas de actividad —, volvimos al campamento central donde tuvimos la primera reunión en la que, tradicionalmente, todos los integrantes del equipo cuentan sus impresiones. Todos están cansados —llevamos en pie desde las 5 de la mañana— pero satisfechos con el día. En ese momento,  siempre hay muchísimas dudas y por supuesto, mucho que mejorar, pero han disfrutado enormemente con el día. Pero lo mejor y lo que de verdad importa es que los niños han sido felices, han jugado y disfrutado, están seguros y fuera de las calles. Sin apenas darnos cuenta, los días se fueron sucediendo y la rutina asentando: a las 5:30h de la mañana estamos listos para salir desde el campamento central, a las 6:00h estamos esperando a los Khmei Khmei en la paillote y a partir de las 7:30h las actividades empiezan hasta las 11:30, cuando llegan las duchas, la comida y la hora de la siesta. Este es el momento más complicado del día pues ¡hay más de 400 niños! Es el camp que más niños acoge de todo el programa: se juntan en en este momento el turno de la mañana y el de la tarde; y como niños que son corretean, intentan escaparse unos, o quedarse y no ir colegio otros, evitan la ducha otros tantos y muchos rehusan dormir la siesta... Pero se opera finalmente el milagro: en media hora se pasa del mayor bullicio a un silencio total. El camp queda en una calma inimaginable. Tras casi una hora de calma, que coincide con el momento de más calor del día, se reanudan las actividades hasta las 16:30, momento de terminar el camp hasta el día siguiente. Después de las 6:00h los coordinadores también tenemos, tiempo libre, pero siempre hay algo que hacer : reuniones con otros coordinadores, presupuestos, reuniones con el equipo médico, con el de comunicación, encuentros personalizados con algún monitor, para llegar al final al verdadero “tiempo libre” ya sea en el Lotus Blanc —la cafetería del recinto—, con los pensionnaires o en ‘las jotas’ —dormitorio de los monitores— para jugar a las cartas, comentar el día, ir a la prayer... ¡es realmente en estos momentos donde se forjan las amistades de Camboya, que hacen más llevadero el cansancio  y la distancia!
5 SEMANAS SABEN A POCO… Según pasaron los días,  fuimos conociendo más y más a los niños —y a nosotros mismos—, se fueron creando vínculos que hacían que todos nos comprendiésemos mucho mejor, que el campamento fuese mucho más fluido y que todos disfrutásemos mucho más. Al acabar el día y mientras esperábamos el camión para volver al campamento central, a veces podíamos acompañar a los niños que vivían en los alrededores a sus casas, poder conocer sus familias y sus historias, comprobar las condiciones de miseria en la que algunos viven, y escuchar en primera persona cómo lo que hacemos ha ayudado a que sus vidas cambien. Para mí fue muy especial el ver como cuanto más y más descubrían sobre la ONG y los niños, los nuevos monitores más se implicaban para hacer el mejor campamento posible y más disfrutaban con los niños.
Casi sin darme cuenta las semanas pasaron volando , y aunque volviendo la vista atrás se amontonan cantidad de buenos recuerdos y momentos increíbles tanto con los niños como con los otros voluntarios, otro año más, Camboya me ha vuelto a saber a poco. See you when you see me Camboya!
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PREK TOAL “Paillote man? Paillote Muy!! Prek Toal: Paillote 1!”—paillote es la antigua denominación para los asentamientos donde se encuentran los campamentos—. Cuando unas semanas antes de volver a Camboya me dijeron que paillote 1 sería mi campamento este año, los pocos recuerdos e impresiones de Prek Toal que tenía se me vinieron de golpe a la cabeza. El primer camp de PSE, el sitio donde por primera vez vi a los nuestros niños. El lugar donde todo empezó, el enclave exacto donde Papí y Mamí comenzaron esta aventura que se ha convertido en un titán de luchar contra la miseria, en el corazón del antiguo basurero de Phnom Penh… sería mi casa este verano.
Las primeras dos semanas tras la llegada, fueron la puesta a punto para el camp: del material que lleva desde el año pasado sin usarse, visitas al campamento, preparar los espacios para las actividades, planificar el horario con sus idas y venidas de los autobuses que traerán a los niños desde otras zonas, el camión que traerá la comida desde Central Camp, etc. Todo esto, codo con codo con los servicios sociales de la ONG, que trabajan todo el año para asegurarse que los niños que más lo necesitan reciben la mejor de las atenciones. Con ellos teníamos reuniones a diario y juntos, nos convirtieron en el equipo que haría funcionar el campamento.
LLEGADA DE LOS MONITORES: ¡A TRABAJAR! Esas dos semanas, que a priori parecían larguísimas, se pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y pronto, se presentó el día en el que los nuevos monitores llegaban a la ONG. Verles me recordaba a mí en mi primer año: temerosos, curiosos, inseguros, desubicados, pero con con ese brillo en la mirada, esas ganas de empezar, esa expectación, preguntas y más preguntas que nunca se acababan... Después de unos pocos días de ultimar detalles y en los que los monitores europeos y khmeres —camboyanos— empezaron a conocerse y a conocer cómo funcionaría el camp, llegó el gran día. La noche anterior, pese a saber que seríamos un gran equipo, que todo el mundo estaba preparado, que tanto los niños como los monitores se morían de ganas de que llegase ese momento y el Summer Camp comenzase, casi no pude dormir. ¡Es como 100 veces el primer día de clase! La estructura del camp es —en teoría— bastante simple: los niños se dividen en grupos por edades, y cada grupo recorre el camp acompañado de un monitor khmer hacia las actividades, organizadas por monitores europeos. Además de esto, los niños desayunan, se duchan, comen, y duermen una pequeña siesta y por supuesto, alguna que otra vez se llevan a cabo actividades especiales.
El primer día fue, naturalmente, bastante caótico, pero sin duda uno de los días más divertidos del camp. Por mucho que lo hayas preparado y anticipado, el momento en el que más de 200 khmei-khmei —niños en camboyano— cruzan las puertas como una avalancha, cantando y saltando es una de las experiencias más especiales que se pueden vivir. Es un torrente de alegría que te desborda, pero que, al mismo tiempo, te carga las pilas para todo el mes. Para los monitores nuevos el primer día es una especie de  carrusel emocional: se mezclan las ganas de comenzar con el impacto de darse cuenta de las dificultades existentes, especialmente la de la comunicación con los niños; de darse cuenta de lo diferentes que son y de las singulares necesidades que tienen en comparación con los niños occidentales.
Para mí, los primeros días se basan en intentar ajustar todo lo que es diferente a lo que uno espera —no olvidemos que esto es Camboya, y las diferencias culturales, las costumbres, la forma de trabajar, de pensar, el ritmo de vida, el clima ¡todo puede ser una sorpresa para los monitores debutantes!— y facilitar que todo el mundo pueda comprender su cometido.
ACTIVIDAD, DESCANSO, ACTIVIDAD…: ¡LA MAQUINARIA FUNCIONANDO! El primer día, tras terminar el camp —más de 11 horas de actividad —, volvimos al campamento central donde tuvimos la primera reunión en la que, tradicionalmente, todos los integrantes del equipo cuentan sus impresiones. Todos están cansados —llevamos en pie desde las 5 de la mañana— pero satisfechos con el día. En ese momento,  siempre hay muchísimas dudas y por supuesto, mucho que mejorar, pero han disfrutado enormemente con el día. Pero lo mejor y lo que de verdad importa es que los niños han sido felices, han jugado y disfrutado, están seguros y fuera de las calles. Sin apenas darnos cuenta, los días se fueron sucediendo y la rutina asentando: a las 5:30h de la mañana estamos listos para salir desde el campamento central, a las 6:00h estamos esperando a los Khmei Khmei en la paillote y a partir de las 7:30h las actividades empiezan hasta las 11:30, cuando llegan las duchas, la comida y la hora de la siesta. Este es el momento más complicado del día pues ¡hay más de 400 niños! Es el camp que más niños acoge de todo el programa: se juntan en en este momento el turno de la mañana y el de la tarde; y como niños que son corretean, intentan escaparse unos, o quedarse y no ir colegio otros, evitan la ducha otros tantos y muchos rehusan dormir la siesta... Pero se opera finalmente el milagro: en media hora se pasa del mayor bullicio a un silencio total. El camp queda en una calma inimaginable. Tras casi una hora de calma, que coincide con el momento de más calor del día, se reanudan las actividades hasta las 16:30, momento de terminar el camp hasta el día siguiente. Después de las 6:00h los coordinadores también tenemos, tiempo libre, pero siempre hay algo que hacer : reuniones con otros coordinadores, presupuestos, reuniones con el equipo médico, con el de comunicación, encuentros personalizados con algún monitor, para llegar al final al verdadero “tiempo libre” ya sea en el Lotus Blanc —la cafetería del recinto—, con los pensionnaires o en ‘las jotas’ —dormitorio de los monitores— para jugar a las cartas, comentar el día, ir a la prayer... ¡es realmente en estos momentos donde se forjan las amistades de Camboya, que hacen más llevadero el cansancio  y la distancia!
5 SEMANAS SABEN A POCO… Según pasaron los días,  fuimos conociendo más y más a los niños —y a nosotros mismos—, se fueron creando vínculos que hacían que todos nos comprendiésemos mucho mejor, que el campamento fuese mucho más fluido y que todos disfrutásemos mucho más. Al acabar el día y mientras esperábamos el camión para volver al campamento central, a veces podíamos acompañar a los niños que vivían en los alrededores a sus casas, poder conocer sus familias y sus historias, comprobar las condiciones de miseria en la que algunos viven, y escuchar en primera persona cómo lo que hacemos ha ayudado a que sus vidas cambien. Para mí fue muy especial el ver como cuanto más y más descubrían sobre la ONG y los niños, los nuevos monitores más se implicaban para hacer el mejor campamento posible y
más disfrutaban con los niños. Casi sin darme cuenta las semanas pasaron volando , y aunque volviendo la vista atrás se amontonan cantidad de buenos recuerdos y momentos increíbles tanto con los niños como con los otros voluntarios, otro año más, Camboya me ha vuelto a saber a poco. See you when you see me Camboya!
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Martín al inicio de la jornada.
Martín con el equipo de monitores.
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LLEGADA DE LOS MONITORES: ¡A TRABAJAR! Esas dos semanas, que a priori parecían larguísimas, se pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y pronto, se presentó el día en el que los nuevos monitores llegaban a la ONG. Verles me recordaba a mí en mi primer año: temerosos, curiosos, inseguros, desubicados, pero con con ese brillo en la mirada, esas ganas de empezar, esa expectación, preguntas y más preguntas que nunca se acababan... Después de unos pocos días de ultimar detalles y en los que los monitores europeos y khmeres —camboyanos— empezaron a conocerse y a conocer cómo funcionaría el camp, llegó el gran día. La noche anterior, pese a saber que seríamos un gran equipo, que todo el mundo estaba preparado, que tanto los niños como los monitores se morían de ganas de que llegase ese momento y el Summer Camp comenzase, casi no pude dormir. ¡Es como 100 veces el primer día de clase! La estructura del camp es —en teoría— bastante simple: los niños se dividen en grupos por edades, y cada grupo recorre el camp acompañado de un monitor khmer hacia las actividades, organizadas por monitores europeos. Además de esto, los niños desayunan, se duchan, comen, y duermen una pequeña siesta y por supuesto, alguna que otra vez se llevan a cabo actividades especiales.
El primer día fue, naturalmente, bastante caótico, pero sin duda uno de los días más divertidos del camp. Por mucho que lo hayas preparado y anticipado, el momento en el que más de 200 khmei-khmei —niños en camboyano— cruzan las puertas como una avalancha, cantando y saltando es una de las experiencias más especiales que se pueden vivir. Es un torrente de alegría que te desborda, pero que, al mismo tiempo, te carga las pilas para todo el mes. Para los monitores nuevos el primer día es una especie de  carrusel emocional: se mezclan las ganas de comenzar con el impacto de darse cuenta de las dificultades existentes, especialmente la de la comunicación con los niños; de darse cuenta de lo diferentes que son y de las singulares necesidades que tienen en comparación con los niños occidentales. Para mí, los primeros días se basan en intentar ajustar todo lo que es diferente a lo que uno espera —no olvidemos que esto es Camboya, y las diferencias culturales, las costumbres, la forma de trabajar, de pensar, el ritmo de vida, el clima ¡todo puede ser una sorpresa para los monitores debutantes!— y facilitar que todo el mundo pueda comprender su cometido.
ACTIVIDAD, DESCANSO, ACTIVIDAD…: ¡LA MAQUINARIA FUNCIONANDO! El primer día, tras terminar el camp —más de 11 horas de actividad —, volvimos al campamento central donde tuvimos la primera reunión en la que, tradicionalmente, todos los integrantes del equipo cuentan sus impresiones. Todos están cansados —llevamos en pie desde las 5 de la mañana— pero satisfechos con el día. En ese momento,  siempre hay muchísimas dudas y por supuesto, mucho que mejorar, pero han disfrutado enormemente con el día. Pero lo mejor y lo que de verdad importa es que los niños han sido felices, han jugado y disfrutado, están seguros y fuera de las calles. Sin apenas darnos cuenta, los días se fueron sucediendo y la rutina asentando: a las 5:30h de la mañana estamos listos para salir desde el campamento central, a las 6:00h estamos esperando a los Khmei Khmei en la paillote y a partir de las 7:30h las actividades empiezan hasta las 11:30, cuando llegan las duchas, la comida y la hora de la siesta. Este es el momento más complicado del día pues ¡hay más de 400 niños! Es el camp que más niños acoge de todo el programa: se juntan en en este momento el turno de la mañana y el de la tarde; y como niños que son corretean, intentan escaparse unos, o quedarse y no ir colegio otros, evitan la ducha otros tantos y muchos rehusan dormir la siesta... Pero se opera finalmente el milagro: en media hora se pasa del mayor bullicio a un silencio total. El camp queda en una calma inimaginable. Tras casi una hora de calma, que coincide con el momento de más calor del día, se reanudan las actividades hasta las 16:30, momento de terminar el camp hasta el día siguiente. Después de las 6:00h los coordinadores también tenemos, tiempo libre, pero siempre hay algo que hacer : reuniones con otros coordinadores, presupuestos, reuniones con el equipo médico, con el de comunicación, encuentros personalizados con algún monitor, para llegar al final al verdadero “tiempo libre” ya sea en el Lotus Blanc —la cafetería del recinto—, con los pensionnaires o en ‘las jotas’ —dormitorio de los monitores— para jugar a las cartas, comentar el día, ir a la prayer... ¡es realmente en estos momentos donde se forjan las amistades de Camboya, que hacen más llevadero el cansancio  y la distancia!
5 SEMANAS SABEN A POCO… Según pasaron los días,  fuimos conociendo más y más a los niños —y a nosotros mismos—, se fueron creando vínculos que hacían que todos nos comprendiésemos mucho mejor, que el campamento fuese mucho más fluido y que todos disfrutásemos mucho más. Al acabar el día y mientras esperábamos el camión para volver al campamento central, a veces podíamos acompañar a los niños que vivían en los alrededores a sus casas, poder conocer sus familias y sus historias, comprobar las condiciones de miseria en la que algunos viven, y escuchar en primera persona cómo lo que hacemos ha ayudado a que sus vidas cambien. Para mí fue muy especial el ver como cuanto más y más descubrían sobre la ONG y los niños, los nuevos monitores más se implicaban para hacer el mejor campamento posible y más disfrutaban con los niños. Casi sin darme cuenta las semanas pasaron volando , y aunque volviendo la vista atrás se amontonan cantidad de buenos recuerdos y momentos increíbles tanto con los niños como con los otros voluntarios, otro año más, Camboya me ha vuelto a saber a poco. See you when you see me Camboya!
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